Egocentrismo y Empatía

Hace un tiempo hablé con un compañero filósofo que al saber de mis estudios en psicología me comentó que basó su tesis «contra», precisamente, esta ciencia…

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…Sorprendido le pregunté «¿por qué?»

Su respuesta me resultó interesante por un lado, pero incomprensible por otro: el aspecto negativo que encontré es que su tesis tenía una perspectiva muy sesgada; iba enfocada en contra de la psicología del psicoanálisis de Freud, la cual no abarca ni de lejos toda la ciencia, si no una corriente concreta que además se encuentra muy alejada de las ideas actuales. En contrapartida me resultó atrayente su argumento: según él la psicología trata de «igualar mentes, y no se pueden igualar las mentes».

Os voy a proponer un ejercicio. Cuando mantengáis una conversación, no importa sobre qué, no importa con quién, prestad atención a un curioso suceso: un interlocutor explica una experiencia/ idea/ reflexión, el otro, en lugar de profundizar en dicha idea, lo que hace es explicar su propia experiencia/ idea/ reflexión. Es cierto que esto no sucede el 100% de las veces, pero si empezáis a prestar atención os daréis cuenta como, vosotros mismos de forma inconsciente, lo hacéis en una gran cantidad de ocasiones.

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¿Qué tiene que ver esto con la empatía?

La empatía no consiste en que nosotros tratemos de colocarnos en la situación que la persona nos relata, ni a raíz de nuestras experiencias anteriores, ni de nuestras emociones, para saber qué sentiríamos en ese punto; consiste en ser capaces de evocar cómo esa otra persona se sintió en dicha situación.

Es por esto que muchas personas autoproclamadas empáticas, en realidad carecen de dicha empatía, ya que todo lo llevan a su terreno, bajo su experiencia, como si su forma de sentir o pensar fuera única o universal. Igualan la mente del otro a la suya, pero no la suya a la del otro.

¿Somos entonces egoístas e interesados?

No hay que confundir el término egoísta con el de egocéntrico, igual que no hay que confundir la conducta de ayuda con la conducta altruista.

Una persona egocéntrica puede ser alguien que ayude a los demás y que parezca hacerlo sin recibir nada a cambio, pero si profundizamos nos daremos cuenta que la conducta de ayuda no es desinteresada. Sí lo es la altruista que es propiciada por la empatía.

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Como inciso quiero aclarar que no todo es blanco o negro, una carencia absoluta de empatía es considerada patológica y todos tenemos unas neuronas llamadas especulares, encargadas de reproducir esas emociones y conductas que observamos en nosotros mismos; es decir, una persona puede sentir empatía en ocasiones, y actuar de forma egocéntrica en otras. El matiz importante es qué peso tiene cada una de estas motivaciones en la conducta.

¿Por qué se desarrolla la conducta de ayuda?

Hay diferentes variables sobre la conducta de ayuda, pero sobre lo que nos ocupa, una de las que más peso parece tener es el «malestar interno» que sentimos al ver a un semejante en una situación precaria. Dicho malestar se genera a raíz de imaginarse a uno mismo en esa situación. Esto puede generar una emoción de tristeza, angustia, culpa o similar, que tratamos de aplacar a través de la conducta de ayuda. En resumen, parece que ayudamos a otros, para ayudarnos a nosotros mismos.

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Para entender este concepto un poco mejor, hablaremos de forma superficial de cómo Freud pensaba que se desarrollaba la base de la conducta. Todos hemos oído hablar de la «obsesión» que tenía el Sr. Sigmund en lo que al sexo respecta, concepto que suele malinterpretarse: es cierto que Freud pensaba que la base de la conducta era el impulso sexual, pero no el acto sexual en sí, y esta diferenciación es importante.

El ser humano tiene 4 motivaciones primarias básicas: comer, beber, dormir y el sexo. Curiosamente de estas necesidades la única que puede permanecer insatisfecha sin que el organismo perezca es el «sexo». Dicha insatisfacción interna (Freud las llamaba «pulsiones») provoca que el organismo intente requilibirarse, eliminar el malestar generado, para ello, y como no puede obtener la satisfacción sexual que requiere, se mueve en otras direcciones, como puede ser el arte, la religión…

En la conducta de ayuda sucede algo similar, tenemos un sentimiento desagradable al observar el sufrimiento ajeno, así que para eliminar dicho sufrimiento (y en respuesta, el nuestro) ayudamos al sujeto a salir de dicha situación.

Es por esto que alguién egocéntrico podría comprender a los demás y ayudarlos, pero siempre a raíz de su forma de entender el mundo, de ver y sentir las cosas, buscando siempre aplacar ese malestar interno para reequilibrarse a sí mismo.

Y con esto llegamos a la pregunta con la que inicié el artículo:

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«¿Se pueden igualar mentes?»

¿Sentimos todos lo mismo? ¿Tenemos la misma perspectiva de las cosas? Creo que es bastante obvio que no. Nuestras mentes se «parecen», tienen una «misma» base biológica, filogenia y, en muchos aspectos, ontogenia; nacemos con los mismos impulsos, motivaciones o emociones, pero nuestro desarrollo y crecimiento está repleto de diferencias individuales, diferentes detonantes o estresores a raíz de diferentes problemas o ventajas sociales. Sí, tenemos una misma base pues somos de la misma especie, pero cada humano está lleno de matices que lo convierten en único. Es por ello que el concebir nuestras ideas/ creencias como algo global o guiarnos ciegamente por nuestras emociones, nos llevará a una visión egocéntrica de la vida, colocándonos un muro que impedirá que lleguemos realmente a entender a otras personas (o seres vivos en general). Esto nos incapacitará para poder ver el mundo desde unos ojos que no sean los nuestros; incluso llegará a hacernos pensar, con pleno convencimiento y a pesar de lo dicho, que somos personas altamente empáticas, tolerantes y comprensivas.

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